Gildo, el Fidel que todos quieren

 

Fidel Castro fue una de las personalidades latinoamericanas más querida y odiada en la región, y en el mundo. El “revolucionario” fue capaz de seducir a millones de oídos -cubanos, otros latinos, soviéticos y norteamericanos-. Todos querían una foto con Fidel.

Estados Unidos, después de la Segunda Guerra Mundial, se convirtió en el país más influyente en el mundo occidental. Ya lo sabemos. La otra mitad del mundo, estaba bajo las riendas de la URSS. Cuba, una isla que sólo producía azúcar, en la década del 60 vivió la Revolución Cubana, en la cual Fulgencio Batista se fugó de La Habana y Fidel entró con sus compatriotas -su hermano, Cienfuegos, Guevara, etcétera- agitando el puño y arengando por la libertad y la revolución. Libertad y revolución que nunca llegó. Castro, ya en el poder, escogió ser satélite de los soviéticos y un grano molesto para los Estados Unidos.

La URSS fracasó, el modelo comunista colapsó, pero la Revolución perduró -hasta estos tiempos que corren-. Uno de los logros de la Revolución fue la exportación de si misma, esto quiere decir el despliegue en logística que empeñó Fidel para llevar la Revolución a cada país latinoamericano (y africano, si se quiere). Mientras tanto, en Argentina, padecimos dictadura, vuelta de la democracia, guerrilla con injerencia cubana, dictadura de nuevo, guerra de Malvinas, democracia y el derrumbe económico que siempre nos acompaña. Pero en Formosa, en 1951, nació Gildo Insfrán, apodado “el Tío”.

El Tío, entre finales del ’60 e inicios del ’70, estudió veterinaria y se afilió al Partido Comunista Revolucionario afín al maoísmo. Se empapó con los líderes de la Revolución, como también hizo Hugo Chávez en su juventud. Gildo, desde joven, aprendió qué es el culto al líder, para qué sirve y cómo llevarlo a cabo. Antes de finalizar sus estudios, se adhirió al justicialismo.

Gildo tiene en las venas el poder de seducción de Fidel. El barbudo Castro, antes de proclamarse comunista, aprovechó para sacarse fotos y entrañar amistades con todos los mandatarios importantes de la época. Algo que el Tío aprendió, porque en el archivo observamos que Gildo se llevó bien con Menem, De la Rúa, Kirchner, C. Fernández, Macri y A. Fernández. No sólo que esto le sirvió a Gildo para obtener “legitimidad”, sino que fue una relación simbiótica donde los embajadores del Tío -en el Congreso- aplaudieron y apoyaron las leyes propuestas por el oficialismo de turno.

El fugaz veterinario, que reformó la constitución provincial en 1999 gracias a que bloqueó los accesos de la Legislatura formoseña para que la oposición no denuncie el bochorno -todo esto para poder ser reelecto indefinidamente-, hoy es el foco de atención para todos los medios nacionales, algunos internacionales y organizaciones de Derechos Humanos con gran prestigio como Amnesty y Human Rights. 

El pobre Tío es denunciado por ser parte de un sistema abusivo donde no se garantiza la integridad física y mental de los formoseños. Con la excusa de la pandemia, adoptó llamar fronteras a los límites provinciales de Formosa y los cerró, dejó varado a miles de formoseños, encerró indiscriminadamente a personas en “centros de aislamiento” y utilizó las fuerzas de seguridad para detener a todos los disidentes. Gildo es la combinación de Fidel y Mussolini del siglo XXI.

Formosa es la provincia más pobre de la Argentina y subsiste gracias al aporte del Estado nacional. Estos faraónicos ingresos, en vez de utilizarlos en programas inteligentes para acabar con el hambre, la pobreza y las condiciones de vida de los formoseños, son empleados para financiar el gasto público provincial. La asistencia del Estado provincial es altísima, comparada con otras provincias, y sin embargo no solucionan nada porque su planificación y/o ejecución dejan mucho que desear. Mientras tanto, Gildo y su grupo de comandantes -como tenía Fidel- abusan de las herramientas estatales para ganar más poder. Las empresas constructoras adjudicadas en obras, las ambulancias de la provincia, los medios de comunicación, prácticamente todo es del Tío o de sus amigos, como “Pomelo” Ferreyra y Stella Manzur. En Formosa, todo queda en familia.

La única forma de combatir las políticas nefastas, conservadoras y fascistas, de Insfrán es acabando con el culto al líder. Culto al que Karl Marx siempre defenestró. Desde hace años que la imagen de Gildo es sagrada para los jóvenes, como si fuera un salvador o un revolucionario. Sólo la pandemia parece que hizo despertarnos. En Formosa las violaciones de derechos humanos datan desde hace años -hasta antes que Gildo, aunque éste haya favorecido- y nadie hizo nada. Discriminación, accidentes dudosos, desapariciones, detenciones, abandono de persona y malversación de fondos. Insfrán siempre obtuvo legitimidad del gobierno nacional de turno, nadie se le oponía.

Para el gobierno nacional debe ser un tema de agenda, sumamente importante, la realidad formoseña. Apoyar, tanto en vivo o en off, puede ser totalmente desgastador porque lo convierte en cómplice. Expresar que Formosa es un “oasis sanitario” es totalmente peligroso. Es cierto que los números de Formosa, en materia de coronavirus, son brillantes, pero eso no justifica el hostigamiento, el encierro brutal, la violencia física y psíquica del Estado provincial hacia los formoseños. No tienen coronavirus, pero tienen hambre, extremo calor, desazón, sueños rotos. ¿Cómo puede ser que la única aspiración que tenga un niño formoseño sea conseguir un abrazo y beso del Tío? Es triste.

Formosa no es de Gildo, es de los formoseños y, por lo tanto, es parte de cada argentino. Y Gildo no representa ningún color político, solamente la sed de poder y ambición. Gildo tiene de Fidel pero ¿cuánto, los argentinos, tenemos de Gildo?


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