Víctimas de la improvisación política

El pasado 8 de diciembre, en el país de las maravillas y conquistas, se congeló la pantalla de los noticieros a causa de un hecho fatídico: Dmitri Amiryan, de 47 años de edad, recibió un disparo en el cuello producto de un robo en el barrio porteño Retiro. La víctima del intento de robo falleció camino al hospital.

Dmitri, según sus amigos, realizaba tres días a la semana un extenso circuito en bicicleta. Pero en el día de ayer, lo sorprendió un asalto -alrededor de las 8.15 de la mañana- y sufrió un disparo mortal. La policía sólo detuvo a una persona y se trata de un menor de 15 años de edad que portaba un revólver calibre 32.

Corrieron dos teorías del caso. La primera es que fueron tres los asaltantes y la segunda que fue uno sólo. Las fuentes policiales ahondan que en el hecho participó una sola persona y es el chico detenido.

Este caso trajo, a consecuencia, el debate sobre la ley penal juvenil. Esta consiste, entre tantas cosas, en bajar la imputabilidad por minoría de edad -actualmente, en nuestro país, es de 16 años-. De esta forma, toda aquella persona de 14, 15 años que cometa un delito será sancionada por la ley. ¿Sirve de algo? Probablemente para castigar un hecho pero no para prevenirlo, es decir, el chico que asesinó a Dmitri irá preso pero de ahí a que nunca más un menor asesine, o robe en el mejor de los casos, hay una gran diferencia.

Las leyes penales están pensadas bajo criterios fundamentales. La pena tiene como finalidad el castigo y la persuasión. En otras palabras, condenar con una sanción (por ejemplo la cárcel) al victimario y persuadir a la sociedad para que ese delito no se cometa más.

El 27 de octubre se cumplió el aniversario de la muerte de Néstor Kirchner. La Vicepresidenta, Cristina Fernández, escribió una carta -con “certezas”- como homenaje. En ella, Cristina exclamó, en su tercer “certeza”, que “la Argentina es ese extraño lugar en donde mueren todas las teorías”. Dio en el clavo señora Vicepresidenta.

En realidad, en aquella frase, Cristina omitió un problema. No es que las teorías caigan por sí solas, solamente porque están pensadas para un país serio y Argentina es un país que se gobierna por el “vamos viendo”.

Argentina, el país mal pensado, está gobernada por la improvisación de la clase política, desde hace años. Ese “vamos viendo” se está comiendo a sus hijos. De hecho, hace muchos años existía una Cristina Fernández razonable -cuando era legisladora, antes de ser Primera Dama- que repudiaba a la clase política tradicional. Esa Cristina, que parecía ser Angela Merkel, dijo que Argentina es un “Dios griego que se come sus hijos”. Acertó, aunque sus políticas como Presidenta fueron totalmente contrarias a lo que decía años anteriores en el recinto de la Cámara.

Hoy se pone en discusión bajar la pena de imputabilidad. Es coherente y no veo problema en llevarlo a cabo pero hay una gran pregunta que deberíamos hacernos. ¿La condena sirve como castigo? ¿Persuade a la sociedad? ¿Cuando salga el chico, volverá a delinquir?

Aparece un abanico enorme con preguntas y problemas. Primero deberíamos preguntarnos qué hace un chico de 15 años con un arma de fuego y no jugando con sus amigos o estudiando. Dudo que este chico haya ido a la escuela, dejando de lado que la cuarentena se olvidó de los estudiantes. ¿Por qué este chico llegó a ese punto? No es un sociópata al estilo del Petiso Orejudo. Era un chico más y como él deben haber en cada esquina, consumiendo drogas, corriendo el riesgo cada noche. Muchos inmersos en el fondo del sistema delictual. ¿Es culpa de los padres? ¿Dónde está el “Estado presente”?

Doce años de conquistas progresistas, cuatro años del mejor equipo de los 50 años, y recién hoy nos damos cuenta que los jóvenes están excluidos del sistema.

¿Usted cree que le importa algo al nene de 13 años que camina con una pistola? Lo único que pasa por su cabeza es que si se “equivoca” un policía lo puede llevar detenido unas horas. En caso de que salga vuelve hacer lo mismo. Por ejemplo, este chico que asesinó a Dmitri estuvo detenido cuatro veces este año. Le aseguro que aun estando un año preso por robar un celular, ese chico sale y comete otro delito. ¿Por qué? Aparece otro gran problema: no sirve el sistema carcelario.

Las teorías de las cárceles están pensadas para castigar a quien comete un delito y sea reinsertado en la sociedad rápidamente. Si alguien ingresó, a una de ellas, como delincuente que salga con las herramientas necesarias para poder trabajar y no robar, reinsertarse en la sociedad. ¿Sucede eso en Argentina? Pues no, quien entra como delincuente, sale como delincuente al cubo. Aprendió, allí dentro, cómo profesionalizar su trabajo y consiguió contactos.

Desgraciadamente, Argentina es un país mal: pensado, distribuido, operado, elaborado, entre otras cosas. ¿Cuándo vamos a dejar de mirarnos el ombligo?

Cuando sucede un hecho de esta naturaleza, la oposición busca capitalizar los votos de “mano dura” con Patricia Bullrich. El peronismo entra en el combate con el superhéroe Sergio Berni, pero a la vez capta los votos “mano blanda” con Sabina Frederic. ¿Solucionan algo? Para nada, hacen campaña para las legislativas del 2021. Mientras la sociedad, por las redes, pide “ojo por ojo”, “gatillo fácil”, “no estigmaticemos” y alguno habrá puesto “la culpa fue de él que se resistió”. En fin, todo lo convertimos en un partido de fútbol y perdemos el foco de la discusión: hay un hombre muerto por un chico que lo asesinó.

Es un chico. ¿Se entiende? En Argentina, un chico de 15 años asesinó para robar. Repito: no era un sociópata, no era un caso aislado, una excepción. Es uno de los tantos niños excluidos del sistema, del país del “vamos viendo”.

No soluciona la cuestión únicamente bajar la imputabilidad por minoría de edad. No hay garantías de que el asesino de Dmitri -en caso de ser condenado- no cometa nunca más un delito, al salir de la cárcel. Menos garantías existen que la condena persuada a la población.

La solución no es únicamente cárcel, ni tampoco es “hacer nada”. No es tarea para el Gobierno solamente, es tarea de todos que tengamos en cuenta la demanda social.

Argentina es aquel país remoto aislado del mundo, del raciocinio, del sentido común, donde imperan los caudillos mientras agitan su bandera del “vamos viendo”. Vamos a ver cuánto tardamos en extinguirnos, comiéndonos entre nosotros si no dejamos de vernos el ombligo.


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