Coronavirus: el mal que flaqueó al populismo.

El cuento de Los Tres Chanchitos es uno de los más populares del mundo, se desconoce su autor y muchos especialistas indican que se publicó en el siglo XIX. No es importante quién lo escribió, ni cuándo, para este tema. Aquí un breve resumen:

La obra relata la vida de tres cerditos hermanos que no tenían medios para subsistir. La madre de ellos los envió al bosque a buscar una forma de conseguir dinero para alimentarse. La aventura se tornó dramática cuando un lobo, arrogante y angurriento, los amenazaba con comérselos. De esta manera cada cerdito construyó una casa de distintos materiales. El más pequeño de los hermanos hizo su casa de paja, el mediano de madera y el mayor de ladrillo.

La diferencia entre los materiales utilizados hace alusión al esfuerzo que realizó cada uno. Mientras los dos menores hicieron sus casas con materiales endebles para poder salir a jugar, el mayor optó por construir una casa más sostificada y resistente, “perdiendo” en contrapartida tiempo.

El lobo fue por su primera víctima: el más pequeño. Sopló la casa hasta derrumbarla, el cerdito salió despavorido a la casa de su hermano del medio. El lobo incesante también la destruyó con su soplido. Los dos cerditos, asustados y sin tener dónde refugiarse fueron del hermano mayor.

El lobo -figura típica para caracterizar a un villano como en Caperucita Roja- volvió a soplar pero no logró nada. Buscó una escalera, subió por la chimenea y se tiró por ella. Lastimosamente se encontró con una olla con agua hirviendo, se quemó y no comió cerditos por años, es decir, se “veganizó”.

Usted se preguntará por qué traigo el cuento de Los Tres Cerditos. Bueno, esto es muy fácil de explicar. El coronavirus -pandemia del 2019-20 y que seguirá por unos años más- fue el buque que amenazó con las democracias débiles, aunque algunas con instituciones fuertes. Plasmó cómo sistemas democráticos gobernados por populistas cayeron estrepitosamente con sus actos fallidos. Aquí traigo ejemplos: Estados Unidos, Rusia, Venezuela, China, Brasil, India, Argentina, Reino Unido, Polonia, entre otros.

Cada cual -cada casita hecha por los cerditos- cuenta de matices, es decir, diferencias para ser analizables. Sin embargo, no es sólo en eso se diferencian sino también en la forma de superar la pandemia. Todos recaen en lo mismo: caos y colapso. Sólo los países con gobiernos liberales o sociales, demócratas, fueron los más eficientes.

En este abanico de populistas tenemos: negacionistas como Jair Bolsonaro (Brasil), Kurbanguly Berdymukhamedov (Turkmenistán); arengadores como Donald Trump (EEUU); mentirosos -con los datos- como Nicolás Maduro (Venezuela); avasalladores contra la vida privada como Xi Jinping (China); erráticos como Alberto Fernández (Países Unidos del Río de La Plata).

Si me centro en el último no sé qué título ponerle, decidí llamarlo errático por las idas y vueltas (según el Ministro de Salud, Argentina no sufriría la crisis del COVID) que suscitaron en el desastre que supuestamente iban a prevenir. Pero no sólo eso, sino que ayudaron a la gestación de una psicosis, en la sociedad, que el país se iba (o va) a incendiar -hace unos meses era literal y no de forma literaria-. Mientras ellos se “autoboicotearon” -suena ingenuo- con políticas como el intento de expropiar Vicentin (punto de inflexión e inicio de la debacle del Gobierno).

El encierro temprano e ineficaz, el uso irrestricto de los DNU, la criminalización de personas (runners, “anticuarentena”, hambrientos con abstinencia de asados grupales, etcétera), la falta de compromiso de no tener un plan, la utilización de un relato fatídico, el silencio ante violaciones de derechos humanos y crímenes cometidos por las fuerzas policiales. Todos estos son algunos de los tantos actos que se cometieron en la Argentina durante la pandemia, erráticos absolutamente todos. Se administró -si se le puede llamar así- una cuarentena eterna, sin tácticas, para nada federal y sin consenso.

Todo lo que se “planificó” fue terriblemente penoso: mejorar sistema de salud -fue sólo en el AMBA, quedando las provincias de Río Negro, Tierra del Fuego y Jujuy, con alto índice de muertos cada cien mil habitantes-, asistir a los sectores sociales vulnerables -únicamente se otorgaron tres IFE (bono de 10 mil pesos) en casi ocho meses de cuarentena con una inflación de marzo a octubre mayor a veinte puntos-, salvar vidas -quinto país en muertos por millón de habitantes, nos supera Bélgica, Perú, España e Italia respectivamente-.

A su vez, tuve la osadía de colocar el fantasioso nombre “Países Unidos del Río de La Plata”, por la inexplicable razón de que cada provincia hizo y deshizo lo que quiso, por ejemplo, modificar “límites provinciales” por “fronteras”. Metamorfosis que logró dejar varados a más de 7500 formoseños, que su gobernador, Gildo Insfrán, los desterró como si fuera una especie de Emperador Romano. No sólo eso, sino que en la tierra prometida del señor Insfrán -que gobierna Formosa desde el 1995- existe un Consejo de Atención Integral a la Emergencia COVID-19.

Este “Consejo”, que no es ni más ni menos que un observatorio, indica diariamente un informe con los siguientes detalles: “ingreso de 364 camiones, control en la vía pública de 11.432 personas y 7.180 vehículos (...) se labraron infracciones a 120 vehículos por restricción de circulación y 476 personas por restricción de circulación y no uso de barbijo” (datos del día 23 de noviembre). ¿Le parece dar tantos detalles y hacer sentir a los ciudadanos como criminales? 

Si usted reside en Formosa y sale a comprar pan, un efectivo policial lo parará y le preguntará qué está haciendo, cometiendo tal crimen de poner en riesgo la vida de todos. Tenga en cuenta estas dos cosas querido lector: en Formosa no ingresa nadie -sólo ahora a partir del fallo de la Corte Suprema- y supuestamente, si los datos son confiables, tienen 210 casos de coronavirus en total. No hay circulación activa para justificar semejante atropello a la libertad.

La pandemia trajo aparejadas las ineficiencias de los gobiernos populistas, no sólo en los hechos sobre el virus en sí, sino en prácticas que tienden a ser más de una “democradura” que de una democracia.

Depende el país que se analice difiere el título a otorgar al primer mandatario pertinente, pero todos, absolutamente todos, fueron por un relato infantil y endeble -como la casa de los cerditos-. Muchos se jactaron de victorias, sin antes haber padecido la crisis, se compararon con países totalmente distintos -y hasta luego superaron los números de esos países-, se ríeron de la pandemia, se contagiaron y salieron a capa y espada diciendo que el virus es una “gripezinha” mientras en las favelas se morían como moscas. También difundieron mensajes falsos e irrisorios, como que el virus “muere a los 26 °C” y que se debe tomar bebidas calientes -no se ría lector, lo dijo Alberto Fernández en marzo-.

Estados Unidos, en las elecciones, optó por un cambio de Presidente. Se retirará, de la Casa Blanca, el lobo feroz. Su derrota, prácticamente, es debido a cómo encaró el coronavirus, importándole más las sanciones a China -alimentando así la xenofobia- en vez de consolidar el sistema de salud estadounidense para obtener mejores resultados. Pero no se cansó el lobo rubio de soplar y soplar, vociferando ridiculeces como que “hubo fraude en las elecciones”.

Aún así el tema actual es si Joe Biden -presidente electo- construirá una casita de madera o de ladrillos. Sin embargo, algunos analistas dicen que no es Joe Biden a quien debemos observar, sino a Kamala Harris la vicepresidenta electa, una mujer, afrodescendiente y de tendencia liberal-socialista o “liberal de izquierda”. Las mismas esperanzas habían en Argentina, pero pasamos de una casa de paja a otra de madera y el lobo sopló, así nos fue.

Luego de las crisis, las sociedades cambian, se transforman. Por ello, esta puede ser la oportunidad, del nuevo orden mundial, de elegir entre un totalitarismo -gobiernos populistas que afianzan su manera de gobernar- o un mundo aún más globalizado -con políticas inclusivas, estables y justas-. Cabe aclarar que muchos líderes populistas admitieron haberse equivocado y frenaron sus intentos de arrogancia inescrupulosa. Otros no lo hicieron público pero dieron un giro como hizo el propio Alberto Fernández, aunque sigue la pata del kirchnerismo poniéndole un tope.  

¿Después de esta crisis, van a seguir hostigando los gobiernos populistas conservadores, anacrónicos y erráticos? ¿Será el hincapié para que finalmente entendamos lo que es vivir en democracia, como en Chile y Uruguay?

Un día se debía ir, la mayoría de los estadounidenses así lo quisieron. Gracias a Dios usted fue tan sensato de aceptar la derrota, quizás se volvió vegano como el lobo después de quemarse. ¡Hasta la próxima Sr. Trump!


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